Existen una serie de fuerzas aparentemente invisibles que someten a la Tierra a continuos cambios.
Estas fuerzas que actúan de forma lenta y continuada, capaces de levantar cordilleras o de rasgar y separar continentes, muestran aveces todo su poder. Violentos terremotos o erupciones volcánicas son las manifestaciones más devastadoras y reveladoras de que la superficie de la tierra no es una estática capa de roca que rodea el planeta, sino que está en continua transformación.
LA CORTEZA TERRESTRE.
La corteza terrestre presenta dos tipologías: la corteza continental y la corteza oceánica.
La corteza continental presenta un espesor media de 35-40km, con grandes cordilleras que pueden superar los 70km. Su composición mineral es variada. Los continentes, desde el punto de vista geológico, no terminan en el mar, sino que se extienden hasta cientos de kilómetros bajo los océanos en la denominada plataforma continental, que termina en una pendiente más o menos brusca hasta alcanzar la cuenca oceánica profunda.
La corteza oceánica resulta muy diferente a la corteza continental: presenta un grosor muy inferior pero cubre aproximadamente el 60% de la superficie terrestre.
LA DERIVA CONTINENTAL.
Se llama así al fenómeno por el cual las placas que sustentan los continentes se desplazan a lo largo de millones de años de la historia geológica de la Tierra. Este movimiento se debe a que contínuamente
sale material del manto por debajo de la corteza
oceánica y se crea una fuerza que empuja las zonas
ocupadas por los continentes (las placas continentales)
y, en consecuencia, les hace cambiar de posición.
Wegener propuso una teoría en la que los continentes de la Tierra habían estado unidos en algún momento en un único ‘supercontinente’ al que llamó Pangea. Más tarde Pangea se había escindido en fragmentos que fueran alejándose lentamente de sus posiciones de partida hasta alcanzar las que ahora ocupan. Al principio, pocos le creyeron.
Lo que volvió aceptable esta idea fue un fenómeno llamado paleomagnetismo. Muchas rocas adquieren en el momento de formarse una carga magnética cuya orientación coincide con la que tenía el campo magnético terrestre en el momento de su formación. A finales de la década de 1950 se logró medir este magnetismo antiguo y muy débil (paleomagnetismo) con instrumentos muy sensibles; el análisis de estas mediciones permitió determinar dónde se encontraban los continentes cuando se formaron las rocas. Se demostró así que todos habían estado unidos en algún momento.
Pero todavía quedaban algunos enigmas sin resolver y no se podía dar por buena su teoría, y además tenía diversas críticas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario